En muchos lugares es bastante común ver colonias de gatos que viven en las proximidades de hospitales o clínicas, donde reciben alimentos y caricias de muchos médicos, enfermeros y, con frecuencia, enfermos.
Lejos de tratar de combatir esta situación por razones de higiene y del bienestar, muchos médicos y psiquiatras han decidido aprovechar la presencia de estos animalitos, ya que se han dado cuenta de que los pacientes suelen encariñarse con ellos. Esto resulta de gran utilidad; personas que están solas o deprimidas se sienten más animadas y esto los hace, a veces, recobrar la salud más rápidamente e incluso se notan mejorías en aquellos terrenos en los que la medicina tradicional resultaba impotente.
Las primeras experiencias de terapia facilitada por el animal fueron descritas por el psiquiatra infantil Boris Levinson, cuyo perro Jingles una vez tomó parte casualmente en una consulta. Normalmente él no permitía que su perro estuviera en el consultorio, pero ese día recibió padres que venían con su niño autista para una consulta que era una última entrevista previa a una posible internación del niño. El Dr Levinson había aceptado recibirlos fuera de sus días normales de consulta y su perro se quedó en el consultorio. El niño permaneció callado durante toda la consulta. Al final, cuando el médico analizaba con los padres la posibilidad de una segunda visita, el niño, mudo desde hacía tanto tiempo, preguntó si el perro estaría presente la vez siguiente.
Las primeras publicaciones al respecto no fueron tomadas en serio por algunos colegas, pero rápidamente se desarrolló una corriente en la psiquiatría para promover el uso de la asistencia terapéutica de los animales. Los perros fueron los primeros en ser utilizados, pero los gatos se emplean regularmente con las personas de edad avanzada y en el ámbito hospitalario. Obviamente se utilizan solo animales que sean dóciles, y en estas condiciones los gatos tienen la ventaja de que requieren menos atención, no necesitan que se los saque a pasear, son livianos y ágiles y pueden saltar al regazo de una persona anciana sin riesgo de provocar una caída o golpe. Hay muchos pacientes que prefieren a los gatos por su personalidad más independiente.
El papel que desempeña el personal médico es fundamental, ya que si bien el gato permite al enfermo abrirse al mundo y desarrollar conductas positivas, son ellos quienes dirigen las relaciones con los animales para guiar al paciente hacia la cura o, al menos, hacia una mejoría. En estos tratamientos los animales son solo una herramienta terapéutica más.
Fuera del ámbito de la psiquiatría, numerosos estudios mostraron que el simple hecho de acariciar un gato, de hablarle, o incluso de leer en su presencia sin interactuar con él, bastaba para hacer disminuir la presión arterial.
Otros estudios mostraron también la utilidad del gato en el caso de pacientes con patologías cardíacas graves, dado que su presencia aumentaba el tiempo de supervivencia. La presencia de un gato en el ámbito hospitalario contribuye a humanizar el lugar y a establecer relaciones entre los pacientes y el personal médico.
Puede parecer que la presencia de un gato aumente las tareas del personal, pero a partir del momento en que se le introduce, ese mismo personal siempre admite que su presencia facilita las relaciones, disminuye el grado de agresividad de los pacientes y hace que todo sea más fácil.
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